LA VIDA EN CUATRO BOTELLAS
Cuantas veces hemos pensado que verdadero sentido tiene la vida.
Una reflexión bastante profunda pero de difícil dar una respuesta simple de ella.
Cuando alguien coloca en la chimenea ese calcetín que llena de los más profundos deseos para el Día de Navidad.
Cuando arrodilla las piernas en la dura madera de un reclinatorio de cualquier iglesia.
Entre los rezos cuando pega la cara a la alfombra de cualquier mezquita.
En la alegría del Hanukkah cuando vas encendiendo las luces del Chanukkiah o Menorah.
Cuando alguien rememora con sus costumbres religiosas o tradiciones ancestrales un pensamiento, un deseo, una plegaria de ayuda.
Se está reclamando un soplo de vida; una ardiente necesidad de continuidad para si mismo y para los demás.
No obstante, independientemente de nuestros deseos, la línea de la vida lleva su propio camino y se rige por leyes ajenas a todos nosotros, aunque sean universales.
Sea con El Talmud, El Coran, La Biblia, o cualquier otro libro sagrado, estamos proclamando nuestros anhelos de continuidad.
Ajena a las convicciones religiosa de cada uno, la línea temporal de la vida sigue un fluir alejada de nuestros deseos más profundos de no quedarnos en el camino a corto y medio plazo. Queremos todos o casi todos prolongarla en el tiempo lo más alargadamente posible que podamos y nuestra salud nos lo permita.
Una cosa son los deseos y la fe que pongamos en ello, como un axioma imperturbable e inamovible, y otra es la realidad de un concepto físico innato en todos los seres vivos obviamente.
Siempre se ha dicho que el Hombre, es el único animal de la Creación que sabe que algún día se tendrá que enfrentar a su propia muerte.
No se hasta que punto esto es cierto o no. Si de alguna forma que no sabemos definir, los otros seres vivos de la Creación, son consciente de su propia caducidad y se condiciona a ella como lo hacemos nosotros, aunque sea a regañadientes.
Lo cierto es que la terminación de la vida en todo su amplio espectro de formas; bien sea orgánica o no, en materia estelar o como pura energía, se extingue inexorablemente, a pesar que la física nos insista machacantemente que nada muere y sí todo se renueva o se transforma.
¿Acaso no es la muerte en sí, tan sólo una expresión ideológica de nuestra mente, que tan sólo pone nombre a una simple y universal acción de transición a otro plano cambiante de la Conciencia Colectiva?
La hormigas viven y mueren por el bienestar de la colmena, sin preocuparse en lo más mínimo de su propia existencia individualista.
¿Porqué somos nosotros tan diferentes y anteponemos, en cierta manera egoísta, nuestra propia continuidad y relegamos en un segundo plano la del resto de los demás?
¿Es tan sólo un medio para preservar la especie, o es puro egoísmo en un Universo, donde no existe el altruismo y que prevalece el “cada uno se salve como pueda”?
Sea cual sea su razón para existir, la vida es irremediablemente bella, rara y única en todos sus aspectos. Aquí, y allí en la inmensidad oscura del Cosmos.
Su belleza es innecesario explicarla. Es sabido por todos. Su rareza esta intrínsecamente ligada a la capacidad que tengamos consciencia de donde se encuentre. Y su originalidad estriba en que no conocemos otro modo del fluir de lo que somos en realidad.
Mientra no tengamos otra perspectiva, y al mismo tiempo otro enfoque perceptivo del entorno que nos rodea; la vida es harto misteriosa, atractiva, sugerente, y estimulante como para prolongarnos en el tiempo.
El modo en que vivimos, nos define de los demás, eso al mismo tiempo, mantiene eslabones de unión con el resto de los seres vivos. Si no nos intercomunicamos y exponemos a los demás nuestra razón de existencia, ésta, no tiene significado alguno. Y pierde su valor y encanto propio.
Necesitamos hacer ver a los demás que estamos aquí, donde ellos mismo están.
Y que de alguna manera, nos es necesario advertirle que ellos sin nosotros, no tienen razón de ser y a la inversa.
Esa continuidad que prevalece innata en nosotros de no pasar desapercibido ante los demás, es una fuerza poderosa que nos mantiene ocupados y alejados del pensamiento doloroso de saber que más tarde o más temprano, dejaremos de existir en cualquier momento. Por lo menos en este plano físico en el que nos movemos casi como autómatas, y desconocedores todos de las verdaderas razones por las que estamos vivos.
Si esa vida que aflora por cada partícula que existe por todos los rincones conocidos o no del Universo, es verdaderamente importante para el conjunto del Todo; deberemos de estar orgullosos de formar parte de ese intrincado proceso de evolución y continuidad.
Es insustancial tratar de definir y encapsular algo que por sí sola (la vida) se deja gozar en toda su plenitud, sin necesidad de llevarla al paroxismo donde quede alterada e inútil para usarla.
Bebamos pues de esas cuatro botellas, sin preguntarnos mientra lo hacemos, cuantas nos queda aún por terminar.
Martin Lasky
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